Revolución de La Paz

Los cabecillas eran criollos, mestizos, hacendados y propietarios de tierras que habían sido marginados en sus derechos por las autoridades españolas. Su valiente actitud los llenó de gloria debido a que fueron los primeros que murieron por la lucha de la libertad. Se los llamó:

«Protomártires de la independencia».

Ellos fueron:

  • Mariano Michel (enviado de Chuquisaca)
  • Gregorio García Lanza
  • Pedro de Indaburo
  • Saturnino Castro
  • Juan Basilio Catacora
  • Juan Bautista Sagárnaga
  • José Antonio Medina (cura de Sica Sica)
  • Sebastián de Figueroa
  • Pedro Domingo Murillo (Jefe de la insurreccción)

Los patriotas organizaron una asonada para el día de la Virgen del Carmen.

El 16 de julio de 1809 fue tomado preso el gobernador Tadeo Dávila. Proclamando la libertad del período colonial, tomaron el cuartel y apresaron a las autoridades. Una vez consolidada la sublevación, hicieron repicar las campanas de todos los templos para convocar a un cabildo abierto.

En reemplazo de las autoridades destituidas, los patriotas crearon una Junta Tuitiva el 24 de julio de aquel año. Esta junta estaba presidida por Pedro Domingo Murillo, quien encabezaba a 12 vocales y tres representantes indígenas, posteriormente lanzó un documento histórico:

Proclama de la Junta Tuitiva
Compatriotas.-
Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más ed tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo un presagio cierto de humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacurdir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno fundado en los intereses de nuestra patria altamente oprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú, revelad vuestros proyectos para la ejecución, aprovechaos de las circunstancias en que estamos, no miréis con desdén la felicidad de muestro pueblo ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presentes.
La Paz, julio, veinticuatro de mil ochocientos nueve.
Pedro Domingo Murillo – Gregorio García Lanza – Juan Bautista Catacora – Melchor León de la Barra – José Antonio de Medina – Buenaventura Bueno – Juan Manuel Mercado – Manuel Victorio Lanza – Sebastián de Aparicio Figueroa – Juan de la Cruz Monje y Ortega.

El virrey de Lima, Abascal, enterado del levantamiento de La Paz, envió a su delegado en el Alto Perú, José Manuel de Goyeneche, quien era presidente de la Real Audiencia del Cuzco. Este partió con un ejército de 5000 soldados hacia La Paz.

Los insurrectos se replegaron hacia la región de los Yungas, debido a su inferioridad numérica.

Una emboscada en la región de Chacaltaya sorprendió a los españoles y los obligó a un eventual repliegue. Luego siguieron varios encuentros armados. Se libraron numerosas batallas con bajas tanto en el ejército realista como en el ejército de los patriotas.

En Chicaloma, pueblo yungueño, el patriota Antonio Figueroa —junto a Victorio Lanza— resistió al ejército español, pero después fue apresado y condenado a muerte.

Goyeneche entró triunfante a la ciudad de La Paz. Tomó represalias y cometió atropellos. Los cabecillas del levantamiento fueron apresados y condenados a morir en la horca.

Pedro Domingo Murillo fue perseguido por la zona de los Yungas y tomado preso en el pueblo de Zongo. El 29 cle enero de 1810 fue ahorcado junto a sus compañeros en la plaza principal.

Momentos antes de morir, pronunció una histórica frase:

Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar.

Sus restos, junto a los de sus compañeros, fueron hallados después de mucho tiempo en el ala derecha del altar de la iglesia de San Francisco.